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Fecha Domingo, 26 junio a las 04:26:58
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Panamá: El Canal de Pocos











Panamá: El Canal de Pocos

El eslogan con que nos lo vende este Gobierno es «El canal de todos», pero ¿de quién es, en realidad, el canal de Panamá?

¿Es el canal de los trabajadores?

Quienes lo construyeron realizaban trabajos durísimos en largas jornadas laborales (para el ferrocarril, 80 horas semanales), bajo el sol tremendo o la lluvia tropical, metidos en el barro, con o sin luz, picados por mosquitos con enfermedades mortales, manejando explosivos inseguros que provocaban derrumbes más inseguros aún, sin medidas sanitarias ni de seguridad. Lejos de la familia y sufriendo una discriminación racial que se mostraba en todos los aspectos de su vida, estos hombres aguantaron en condiciones infrahumanas para llevar un sueldo a casa.

El canal lo empezaron a construir empresarios franceses y los obreros fueron antillanos (en especial de Jamaica), asiáticos (sobre todo, chinos; también filipinos), europeos (franceses, españoles, irlandeses, griegos, italianos) y ningún panameño —o no está registrado—, ya que por entonces éramos oficialmente colombianos. Los historiadores conservadores hablan de, al menos 22 000 muertos, pero pudieron ser muchos más, además de un número indefinido de tullidos y de aquellos que murieron a resultas del trabajo realizado o de las enfermedades contraídas, que pudieron ser muchos miles. Y hay que añadir los miles de muertos producidos durante la travesía en los barcos esclavistas en que se los transportaba a Panamá, bajo condiciones espantosas.

Entonces, un grupo de millonarios norteamericanos en Wall Street y el insidioso Buneau-Varilla crearon un plan que acabó con la deseada creación de la república de Panamá y la construcción del canal norteamericano. Según la ACP, en él trabajaron 31 071 antillanos, 11 873 europeos, 11 000 estadounidenses y 69 no clasificados. No registra ningún panameño. Según esta fuente, murieron 5609 trabajadores, aunque, si se suman las diferentes cifras estimadas, pudieron ser muchísimos más, pero a nadie le importaron.

Además, hay que añadir los miles de muertos (también esclavos extranjeros) que costó construir el ferrocarril (en condiciones tan bárbaras que en un solo día en Matachín 400 chinos prefirieron suicidarse a continuar) y los que costó reubicarlo cuando se construyó el canal norteamericano.

Al acabarse estas obras, la mayor parte de los trabajadores sobrevivientes regresaron a sus países. Algunos, sin embargo, prefirieron establecerse, y fueron sufriendo, una tras otra, diferentes oleadas de racismo, con muestras como la Sociedad Antichina, cuyo vicepresidente fue el alcalde de Panamá, José Francisco de la Ossa, así como manifestaciones xenófobas desde el siglo XIX y leyes que les prohibían la ciudadanía o la propiedad de negocios y que culminan con la Constitución racista de Arnulfo Arias de 1941. Aquellos obreros extranjeros que se quedaron y sus familias, que llegaron cuando ellos se asentaron, hoy componen gran parte de la diversidad étnica de Panamá.

Los descendientes de estos esforzados trabajadores fueron olvidados en los actos del centenario, en 2014, por el actual Gobierno, no así los de aquellos próceres que los explotaron y que se lucraron con su trabajo y su muerte.

¿Es acaso El canal de los panameños?

El canal norteamericano creó la infamante Zona del Canal, en 1912, una gran franja que cortó al país en dos, y que es en parte responsable del gran subdesarrollo del interior del país. Esta contendría, según el presidente William H. Taft, la superior raza blanca estadounidense, los zoneítas (zonians), y se regía por las leyes racistas de Luisiana. El canal y la zona eran norteamericanos, y bien se lo hicieron saber al pueblo panameño, con opresión, humillaciones, detenciones y muertos.

Los recursos hídricos, ecológicos y territoriales de los panameños se vieron comprometidos por los intereses de una potencia extranjera, y en parte por el beneficio para el resto de los países del mundo, excepto para Panamá mismo, pues, para llevar mercancía desde Colón a la capital tenemos carreteras y un ferrocarril que desde 1848 sigue siendo norteamericano. ¿Es también el ferrocarril de todos?

¿Es acaso El canal de todos los panameños?

A partir del año 2000, el canal pasa a manos panameñas y se firma un compromiso aberrante con los Estados Unidos según el cual, si estos ven amenazada su seguridad, pueden intervenir (Tratado de “Neutralidad”) colocándonos “bajo el paraguas del Pentágono”. De este compromiso se derivan actuaciones vergonzosas que lesionan la soberanía de Panamá.

El canal ha hipotecado el desarrollo agropecuario del país y ha afectado fuertemente su capacidad para producir alimentos. Pero seguimos apostando por el canal, porque produce millones. De ellos, ¿cuántos se dedican al 40 % de la población que vive en la pobreza? ¿Y cuántos de esos millones se dedican al más de medio millón de panameños que vive en condiciones de pobreza extrema y hambre?¿Y cuánto se dedica a los más de cuatrocientos mil coterráneos que no tienen agua? A esos el canal no les da ni dinero ni un litro siquiera de los miles de millones de litros que usa a diario. Y a usted, ¿cuánto le da el canal cada año, aparte del orgullo de ser la obra más asesina de obreros de la Edad Moderna y una de las más sangrientas de la historia?

Para una buena parte de la población, el canal ha representado pobreza.

Para los altos funcionarios y directivos de la ACP, con sueldos y dietas fabulosos, representa una gran fuente de ingresos. Pero hay casi cuatro millones de personas en el país.

Los grandes beneficiario son los gobernantes de turno y los 115 ultramillonarios, que recibe el grueso de los millones. Y todos sabemos lo que han hecho, un Gobierno tras otro, con esos millones.

¿Quizá la ampliación sí sea El canal de todos?

Lo que no ha ocurrido antes, no tiene por qué suceder ahora: que el beneficio llegue a todos.

Esta ampliación empezó con negociaciones oscuras, costará mucho más de lo previsto (en un claro acto de latrocinio), tardó mucho más de lo previsto, y se construyó con un estudio de impacto ambiental que da risa.

La ampliación traerá desertización para todos, cambio de clima para todos (sequía e inundaciones, cambio en el calendario agrícola que imposibilitará muchos cultivos) y muchos millones para los bolsillos de los honorables. Y de los bancos, que son los que financian la deuda; ellos siempre ganan.

En una época en que el agua se va a poner casi tan cara como el petróleo y que la producción de alimentos definirá la existencia o desaparición de los países, nuestra ampliación va a ser una bandera del despilfarro. Pero tengamos cuidado, no vaya a ser una bandera gringa, de nuevo.

 

 

 

 

 

 

 

 








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